A pesar de que trabajamos incansablemente, nuestra realidad dista mucho de ser lo que soñamos: se presentan enfermedades, imprevistos, surgen deudas y las ganas de darnos ciertos gustos y complacer a la pareja, hijos y familiares. Salir a un restaurant y no pensar en la cuenta, viajar por el mundo, comprar un poco de esa esquiva felicidad… Además, en el trabajo se presenta un chance único: una comisión jugosa y discreta, si me hago de la vista gorda y doy ciertos permisos… Sí, simplemente soy una persona en problemas y aceptaré el dinero solo por esta vez. Ni siquiera tengo un expediente, jamás he ido a la cárcel. Definitivamente, esto no es un crimen. Solo es una forma de salir de apuros.
Como se verá, en esa reflexión existen tres elementos clave: motivación, oportunidad y racionalización, conocidos como el triángulo del fraude, un modelo ideado por el criminólogo Donald R. Cressey, que permite estudiar qué hechos hace que sea posible cometer fraude laboral, y con esto nos referimos al soborno, cohecho, y otras formas de corrupción.
Si lo vemos así, el fraude es difícil de evadir y puede subyugarnos a todos, puesto que tenemos carencias, necesidades, urgencias y oportunidades de delinquir, sin que eso nos convierta en malas personas. Pero… ¿vieron la serie Breaking bad? Un corrector profesor de secundaria imparte la materia “química” con pasión. En el ocaso de su vida, un cáncer llega a recordarle que la vocación no ayuda a pagar las cuentas de una enfermedad costosa. Además, su esposa está encinta. Él va a morir y su familia quedará en la calle. Jesse, un antiguo alumno de nuestro protagonista – Walter White- es un pequeño distribuidor de marihuana y cuenta con una clientela cautiva. Desesperado, Walter emplea sus conocimientos en química para hacer una metanfetamina de gran calidad, que lo convierte en el nuevo zar de la droga, y conquista a la clientela de Jesse. El fraude nos lleva a ser potenciales Walter White, alguien con un motivo, una oportunidad y la facilidad de percibir en el delito una alternativa viable ante la crisis. ¿Cómo atacarlo para que no nos afecte?
Podemos fijar un nuevo modelo en la empresa e integrarlo a la cultura ética de la organización ideando una suerte de triángulo de la ética o de la integridad, en el que sus elementos sean: honestidad, transparencia y formación. Las motivaciones siempre existirán, pues la providencia desea que la vida del ser humano sea azarosa, pero se pueden reducir al máximo las oportunidades tomando en cuenta varias medidas:
– Designar a un encargado de cumplimiento.
– Contar con una política antisoborno.
– Tener controles (tanto comerciales como financieros) de los contratos, y llevar a cabo procedimientos para recabar la información del riesgo.
– Planificar, ejecutar, supervisar y controlar los procesos que llevan a cabo y saber quién es la persona que está a cargo de monitorear para saber a quién y de qué manera se reportan los resultados.
– Establecer objetivos antisoborno y planificar cómo lograrlos.
– Brindar al personal formación en valores, equidad en las decisiones, transparencia y procesos estructurados.
– Restricción del uso de dinero en efectivo y la implementación de métodos de control de caja eficaces.
– Necesidad de que se requieran, al menos, dos firmas para las aprobaciones de los pagos.
– Separación de funciones, de tal manera que la misma persona no pueda iniciar y aprobar un pago.
Fomentar una cultura corporativa decente implica que los colaboradores reciban formación en valores. Partamos del principio de que nuestros empleados son buenas personas, solo necesitan que se les reafirme lo valioso que es mantenerse firmes en sus principios para obtener los mejores resultados.
Fuentes: Alcances de la Norma ISO 37001 Gestión Antisoborno. Recuperado de:
http://koneggui.com.ec/blog-iso/alcances-de-la-norma-iso-37001-gestion-antisoborno.
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